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tengo la mañana oscura como la noche, cuando amanece y tú no estás


Todo es tan raro últimamente. Como cuando me llaman de madrugada para ir a la oficina, me levanto de un brinco al primer ring del teléfono. No entiendo nada. Después es todo como en El Show de Truman, piensas que te están grabando y que hay un par de gilipollas descojonándote de ti mientras te ven vestirte a toda prisa intentando explicarle a la telefonista de radio-taxi que tú tampoco entiendes porqué tienes que ir a estas horas a la oficina, que ya es de coña que llame desde el teléfono que llame la tipa me reconozca y sólo me pregunte si es para casa o para la oficina. ¿Tarjeta? Claro. Ya sale, Beatriz. Y sí que hay dos que se descojonan, o más, Alemania está lleno de imbéciles. Después están los taxistas. No en lo de imbéciles, que si acaso son envidiosos y no imbéciles, pero eso es cuando volvemos a casa y decimos siempre por la calle Valencia, por favor. Como iba diciendo, los taxistas tampoco entienden qué hago yo camino de la oficina a esas horas. Y preguntan, claro, y a mí que nunca me gustó hablar con los taxistas, como con los peluqueros o los masajistas, me veo contándoles cada vez una historia distinta. Según el ambientador, la emisora de radio, la pegatina de Yo conduzco, Ella me guía, el rosario o los dados colgados del retrovisor y mil variables más, me invento un trabajo. Muchas veces es el de verdad, otras veces soy oficinista, otras vuelvo a limpiar oficinas, otras controlo los semáforos mientras el Real Madrid celebra la liga en Cibeles, otras controlo satélites y las que más salvo al mundo desde mi portátil. Lo mejor es cuando digo Tengo que coger un AVE, entonces es cuando voy a salvarme a mí misma. A veces a ti.

Cada vez escribo peor pero me da igual.
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  • albinioca en gmail









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