Yo de (más) pequeña me sabía todas las equipaciones de los equipos de la NBA. Ya se encarga mi primo de enseñármelas y de que me hiciera con mi propia colección de tarjetas de la NBA, con las que él tenía repes y con las que conseguía quitarle a su amigo Carlos que siempre le tuvo algo endiosado, creo que porque mi primo era muy alto y Carlos muy bajito. Me acuerdo cuando me regaló la de Jordan, era la mejor. Una tarjeta como esa valía por lo menos por diez de las normales, de según qué jugadores claro. Como los cromos transparentes de los álbumes, los que tenían formas y no eran rectangulares, que valían por cinco.
Un verano me enseñó a lanzar tiros libres, me convertí la mejor del colegio y eso que yo por aquella época era de las bajitas de la clase, pero mis manos despuntaban, o eso me decía mi primo. Nos poníamos en el patio de casa de mi tía, su madre no, otra, a practicar. No teníamos canasta pero sobre una puerta había un casquillo colgando de un cable, darle al casquillo era el objetivo, era realmente difícil porque la puerta tenía un marco muy ancho y el casquillo casi ni se veía. Sólo sonaba el golpe.
Escucha. Plack.
No se me olvida la postura de mi primo, con los pies inmensos y las rodillas metidas. Y sus dedos largos apunt
Bote. Plack. Bote. Plack. Bote. Plack. Bote.
Esta mañana he visto a uno con unas calzonas de los Celtics y me he acordado del día que nuestra tía decidió poner una bombilla a aquel casquillo.
Bote. Crash.