Amigos, deben ser algo así como las meigas. Amigos, haberlos haylos. De los de llámame y nos tomamos ese café que nunca llega, de mensaje en Navidad, de los que prometen amistad y fidelidad eterna, de los de nunca te fallaré, para lo que necesites. Amigos para tomar cuatro copas.

Amigos, amigos, amigos... de los increíbles, amigos elásticos, que se estiran como una manta o se encojen y se cuelan en cualquier hueco. Amigos para llevar siempre encima, para cuando sea necesario echar la mano al bolsillo. Amigos que abrigan y que alivian el calor. Amigos pañuelo, como las bayetas vileda, absorben y absorben. Algo magos, como las meigas, se escurren y caen risas y tus lágrimas se las guardan para luego dejarlas lejos. Amigos.

A los que nunca tuviste que prometer nada, los que nada prometieron porque nunca fue necesario. Los que te dieron todo, a los que nunca supiste darles nada. A los que les diste sin saber. Los que jamás pidieron. Los que te acarician la cara para que vuelvas a la silla. Los que llaman aunque sepan que odias el teléfono. Los que no preguntan y preguntan todo. Los que te vieron llorar y equivocarte. Y levantarte y volver a caer. Los que cambian el te lo dije, ya lo sabía por un te invito a un café y me cuentas. Los que sólo preguntan cómo estás, porque no importan los medios o el medio. Porque quizás el fin justifica los medios.

Amigos.